miércoles, 21 de septiembre de 2011

CARLOS GARDEL Y LA FAMA


“Originario de la orilla de Buenos Aires, con perfecta localización geográfica, empírico, vigente y anónimo, transmitido oralmente y funcional, tiene todas las condiciones requeridas por las mayores exigencias del hecho folclórico.” “Su nacimiento porteño se sitúa en los “barrios bravos” de Buenos Aires del 900...”

Víctor Jaimes Freyre, Mi buen amigo el Folclore (1963)



CARLOS GARDEL Y LA FAMA


La fama se adquiere a precio mínimo o a precio máximo. Leyendo biografías, de la A a la Z, uno llega a la conclusión de que hay famas fáciles, logradas sin esfuerzo contundente, abanicadas en suntuoso bienestar de principio a fin; y otras famas mártires, sentidas en carne propia de la víctima, y aún seguidas de muerte violenta. Dirá la grey maquiavélica que la fama justifica los medios. Dirá otro rebaño filosófico que la fama no justifica los medios. Habrá metafísicas conservadoras entre los conjeturables lectores. Aquí y ahora, adoptaré el confort de sobremesa de la definición lexicográfica.


Dice la Real Academia, en su tercera opción de “fama”: “Opinión que la gente tiene de la excelencia de alguien en su profesión o arte'.”

Ser famoso, entonces, es ser consecuencia legítima del voto popular, por así decirlo, cuando el homenajeado ha calado hondo en las intenciones de algún pueblo.

Si Gardel hubiese consagrado su vida a la física teórica o a la bioquímica, o al estudio del cancionero de Guillaume de Machaut, es seguro que su fama no hubiera trascendido como lo hizo, números pesantes. Uno es famoso para su familia, para su barrio, para un país o un conjunto de países. Uno es famoso durante minutos de existencia o miles de años. El esclavo Terencio y el bibliotecario Lao tsé son famosos desde hace tiempo. Yo soy famoso los instantes de interés de mis periódicos lectores. La fama en un Universo relativo es tan relativa como su mecánico Progenitor.

Gardel fue famoso en vida y famoso hoy mismo, a 7 décadas de su muerte. Es famoso en Argentina, en Ecuador, en Italia, en China, en Suecia, en Surinam… Vaticino, sin mucho esfuerzo imaginativo, que será famoso por siglos, como mínimo, mientras el tango concuerde con el idioma estético aprobado por cientos de millones de seres humanos de todas las razas. Podría suceder una perdurabilidad de miles de años.


Arturo Toscanini, existiendo ambos, decretó que Carlos Gardel era el único cantante popular que nunca desafinaba. Es cierto, salvo en por lo menos una insignificante evidencia. Gardel es impecable cantor de tangos, pasillos, fados y música gauchesca. Fue famoso en vida por mérito propio; seguirá siendo famoso por mérito propio. La existencia de la industria fonográfica es un detalle a tener en cuenta a lo largo y ancho de su fama. Gardel grabó en Buenos Aires casi todo lo suyo; pero también en París y en Barcelona. América y Europa lo conocieron mientras entonaba con su óptima voz de los treinta y los cuarenta años. Hubiera grabado no sabemos cuántas miles de veces, para mayor fama todavía, de haber superado el insuperable tránsito de un insípido accidente aeronáutico.

Sin ironía malsana, suplico que no olvidemos que más famoso que Guillaume de Machaut es la champaña, elíxir oriundo de la misma comarca francesa; que más famoso que Romuald Gardes es el tango argentino, nacido a unos 10 mil 600 kilómetros del Hospital de la Grave, en Toulouse, Francia, mucho antes del 11 de diciembre de 1890.




© CLAUDIO MADAIRES – claudio.madaires@gmail.com – Artículo publicado en julio del 2006 en el prestigioso periódico ecuatoriano “La Hora”

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