jueves, 6 de octubre de 2011

TANGO Y CINE ARGENTINO



“Originario de la orilla de Buenos Aires, con perfecta localización geográfica, empírico, vigente y anónimo, transmitido oralmente y funcional, tiene todas las condiciones requeridas por las mayores exigencias del hecho folclórico.” “Su nacimiento porteño se sitúa en los “barrios bravos” de Buenos Aires del 900...”

Víctor Jaimes Freyre, Mi buen amigo el Folclore (1963)



TANGO Y CINE ARGENTINO


Nadie en su sano juicio estético imagina películas ambientadas en la pampa argentina sin gauchos, caballos, ombúes y rasgueo de guitarras. Sería como imaginar películas ambientas en África sin negros, leones, bosques selváticos y danzas típicas. Incluso en el cine descaradamente comercial, cuando éste, siquiera por imperio argumental, roza aspectos folclóricos de un pueblo, sale a luz la realidad artística del mismo pueblo. Así es que, muchas veces sin quererlo, el cine argentino, desde comienzos de siglo XX, ha debido al tango un imprescindible espacio de existencia. Sin él, las películas ambientadas en Buenos Aires hubiesen carecido, hasta un grado alarmante de subjetividad próximo a la esquizofrenia, de mínimo realismo. Aunque perseguido por detractores de lo folclórico desde sus inicios, tanto en las páginas «culturales» de los periódicos porteños como en el mismo cine nacional, el fantasma del tango es tangible en la copiosa producción cinematográfica argentina, la cual se inició en 1897.



La primera película sonora argentina es «Tango», obra de 1933 dirigida por Luis Toglia Barth y actuada por intérpretes reales de la historia de la música típica de Buenos Aires: Azucena Maizani, Tita Merello, Mercedes Simone, Libertad Lamarque, Juan de Dios Filiberto, Edgardo Donato, Juan D'Arienzo, Pedro Maffia, Osvaldo Fresedo, Alberto Gómez y el célebre bailarín «El cachafaz». Era el tango en la década de 1930 un fenómeno tan intrínseco a Buenos Aires como su puerto, sus calles faroladas y su lunfardo. De entonces, los largometrajes de Carlos Gardel. Antes y después, por supuesto, el cine nacional fue y siguió siendo eco de su existencia. En la década de 1910 se filmaron, entre otras, «El tango de la muerte» y «La reina del tango»; en la de 1920, «Milonguita» y «La borrachera del tango». Aparte del valor artístico de estas producciones, está el valor documental, acaso mayor por indiscutible. Ver danzar a personajes reales de Buenos Aires en las décadas de 1910, 1920 y 1930 nos permite descifrar cómo se vivía el tango folclórico de aquellos tiempos. No exagero: quien desee aprender a bailar tango, debe recurrir al cine argentino del primer tercio del siglo XX y seguir el ejemplo con la práctica. En la misma «Tango» hay suficientes escenas bailadas, tanto por «El cachafaz» como por danzarines normales de las calles y milongas porteñas, como para «hacer academia» de cortes y quebradas.

La de 1940, con películas como «El astro del tango», «El alma de un tango», «El cantor de Buenos Aires» y «Se llamaba Carlos Gardel», fue una década de la cual sería ridículo pretender disociar el celuloide porteño del gotán. También la de 1950 contribuyó con «Arrabalera», «Mi noche triste» y «El morocho del Abasto». Siguiendo un declive forzado manu militari, los años 60 y 70 presenciaron un cine nacional cada vez más alejado de esta música de su pueblo.


Buenos Aires, barrio de San Telmo

¿Qué esperar del futuro, sabiendo de la evidente revancha del tango? La continuación de una tradición fílmica interrumpida por dictaduras y extranjerizantes privatizaciones culturales.


© CLAUDIO MADAIRES – claudio.madaires@gmail.com – Artículo publicado en mayo del 2008 en el prestigioso periódico ecuatoriano “La Hora”

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